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Editorial…

Culto al presidente

         El presidente Andrés Manuel López Obrador presentó, durante una recortada conferencia mañanera, un video sobre el cierre del penal de las Islas Marías. El video es emotivo y con buena producción. Empieza con una serie de imágenes del propio presidente, en una de las cuales empuña un bate de beisbol, y continúa con los reos en proceso de trasladado a nuevos presidios. La música es repetitiva y busca generar entusiasmo. Aparece después otra imagen del presidente hablando con dos niños, seguida de vistas de una playa y de un ave volando con un título que dice “Libertades”. Para dar un toque más emotivo, el video anuncia la liberación de un indígena tzotzil encarcelado por transportar marihuana y al final aparece una nueva imagen de López Obrador. Sobre ella se oyó ayer gritar al presidente: “Me canso ganso, sí se pudo.”

         Supongo que a 100 días del inicio del sexenio es mejor presentar este video, de un tema popular que puede ser ilustrado de forma atractiva, que alguno que exhiba el desastre que quedó en Texcoco tras la cancelación del aeropuerto. Lo que preocupa del video, sin embargo, es la descarada promoción del presidente. Si Enrique Peña Nieto, Felipe Calderón o Vicente Fox hubieran presentado un video de promoción de algún proyecto de gobierno con sus propias imágenes habrían sido criticados severamente, y con razón, por los mismos entusiastas de Andrés Manuel que hoy aplauden este ejemplo de culto a la personalidad.

         La popularidad ha sido siempre un objetivo de quienes buscan el poder o pretenden mantenerlo. “No es preciso que un príncipe posea todas las virtudes de que hemos hecho mención -escribió Maquiavelo en El príncipe–, pero conviene que aparente poseerlas.” Adolf Hitler argumentó en Mi lucha: “La popularidad es una de las bases más importantes para la construcción de un régimen fuerte.” Stalin promovió su imagen y buscó convertirse en una figura paterna para los ciudadanos de la Unión Soviética, al grado que la imagen persistió décadas después de su muerte pese a la divulgación de sus errores y abusos. Mao Zedong promovió el culto a su personalidad para impulsar campañas como el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural, que violaron los derechos humanos y mataron de hambre a decenas de millones de chinos; cuando algunos camaradas comunistas lo cuestionaron, él respondió: “¿Qué hay de malo con el culto? La verdad está en nuestras manos, ¿por qué no habríamos de adorarla?” Millones de venezolanos mantienen hasta la fecha el culto a Hugo Chávez, a quien consideran un santo, y afirman que el desastre de Venezuela fue provocado solamente por Nicolás Maduro.

         López Obrador goza de una popularidad extraordinaria, rebasada en el mundo solo por Rodrigo Duterte de Filipinas. Ha sabido encontrar el lenguaje y los mensajes para acercarse al pueblo llano. Su popularidad contrasta con el rechazo abrumador de su predecesor, Peña Nieto.

         El presidente, sin embargo, no debería recurrir a videos oficiales para promoverse. Tampoco necesita que los encuestadores que preparan los padrones para el reparto de subsidios utilicen chalecos con su nombre. No debe usar recursos públicos para impulsar un culto a su personalidad, en primer lugar porque no es ético, y él afirma que encabeza una nueva moral, pero además porque está prohibido. La ley impide que la propaganda del gobierno se personalice. Es una prohibición razonable que debe respetarse.

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