Me canso ganso, está chueco
Romel González Díaz, representante de Xpujil, Campeche, dijo hace poco: “No queremos otra Mayalandia, no queremos ser sujetos folklóricos para la curiosidad de los visitantes, no queremos ser “pueblos mágicos”. Se refería a que las comunidades ubicadas en la ruta del futuro Tren Maya no desean que se replique ahí un fenómeno semejante al desarrollo turístico de la Riviera Maya y Xcaret, en Quintana Roo, donde los miembros de los pueblos originarios de la Península de Yucatán tienen, sí, fuentes de trabajo, pero con empleos de baja calidad.
Ese y otros planteamientos fueron expuestos durante un encuentro de representantes mayas de la Península de Yucatán, realizado en Mérida y auspiciado por la Fundación para el Debido Proceso. Los mayas actuales prevén que la derrama económica se dará sólo en las principales ciudades y provocará migraciones y áreas de pobreza, temen que las zonas rurales se descuiden y que la selva se destruya. No ven en el proyecto medidas para promover la derrama económica equitativa en todo el territorio y sí ven que las utilidades serán de inversionistas muy probablemente extranjeros.
Dice un Manifiesto colectivo firmado por decenas de organizaciones de la Península: “Estamos seguros que (el megaproyecto Tren Maya) no nos traerá beneficios ni desarrollo regional, no está planeado para nosotros la gente común, es un proyecto turístico que sólo beneficiará a los pudientes y a los extranjeros; nosotros los dueños de las tierras sólo lo veremos pasar”. A las comunidades les tocará cargar con la parte perniciosa del proyecto -sostienen-, como ya ocurre en zonas por donde circula el Tren Chepe.
En ese documento, difundido hace varias semanas, se señala que los mayas no quieren “espejos a cambio de nuestras tierras” y que no están en contra del progreso, pero sí en contra del beneficio de pocos en detrimento de muchos.
Otro documento, suscrito por veintenas de activistas nacionales y regionales, exige respeto al derecho de los indígenas a la “consulta libre, previa, informada, de buena fe, con pertinencia cultural y mediante procedimientos adecuados e instituciones representativas”, lo cual también ha sido demandado por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
Una de las principales objeciones al megaproyecto, que prácticamente fue puesto en marcha el domingo 16 de diciembre de 2018 y tiene asignados 6 mil millones de pesos en el Presupuesto de Egresos de la Federación, es que no se concilia con las prioridades de muchas de las comunidades indígenas de la Península.
Naayeli Ramírez-Espinosa, abogada y consultora de la Fundación para el Debido Proceso, detalla algunos ejemplos de carencias que urge resolver para realmente promover el desarrollo regional: cientos de comunidades de la Península no cuentan con servicio de telefonía e internet; casi toda la zona rural y poblados costeros sufren de apagones constantes y fallas eléctricas que merman sus patrimonios; en época de sequía, poblaciones enteras padecen falta de agua, incluso la más indispensable; poblados del municipio de Calakmul y contiguos no cuentan con agua potable. Muchos caminos se han vuelto inutilizables por falta de mantenimiento adecuado, y demasiadas comunidades indígenas (como las de Hopelchén y Calakmul) no tienen escuelas y los gastos de transporte a donde sí las hay hacen que muchos niños abandonen sus estudios; la escuela secundaria (obligatoria por ley) es altamente inaccesible en las poblaciones más pequeñas.
El proyecto del Tren Maya posee la recta intención de detonar el desarrollo del sur-sureste del país, tradicionalmente rezagado respecto a otras regiones, particularmente del norte. Pero de cara a las inconformidades, dudas y exigencias de las comunidades mayas, es claro que no han tenido la información suficiente sobre el megaproyecto ferroviario y tampoco han sido escuchados suficientemente por el gobierno federal.
Es claro que deben ser atendidos de inmediato sus planteamientos y repensarse o complementarse el megaproyecto conforme a sus señalamientos y demandas. Ellos, los mayas, deben ser protagonistas de esta historia, no testigos ni víctimas. Por ahora lo que muchos de ellos piensan se resume en otra frase -irónicamente humorística- que también se escucha en Mérida: “Me canso ganso, está chueco”.