Hace exactamente dos años arrancó la histórica jornada electoral que concluyó con el triunfo arrollador de un candidato que, luego de dos intentos fallidos, convenció a más de la mitad de los electores que decidieron ir a las urnas, de que él representaba la única esperanza de un futuro mejor.
Andrés Manuel López Obrador se alzó así, el primer día de julio de 2018, con una victoria indiscutible que no sólo implicó alcanzar su sueño de ser Presidente, sino el llegar a la titularidad del Poder Ejecutivo Federal con el respaldo de la mayoría absoluta en el Congreso de la Unión.
Con este triunfo quedaron atrás dos décadas de presidentes que, desde Ernesto Zedillo, se veían obligados a negociar todo con el Poder Legislativo porque, aunque las bancadas de sus correligionarios fueran las más numerosas en las cámaras de Diputados y Senadores, resultaban insuficientes para sacar adelante sus propuestas sin negociación ni concesiones.
También quedaron atrás los tiempos en que, pese a obtener el triunfo, los presidentes mexicanos sólo eran respaldados por “la minoría más grande”. Carlos Salinas de Gortari había sido el último Presidente Mexicano a quien se reconociera -en unos comicios que hoy siguen siendo discutidos- más del 50 por ciento de los votos depositados en las urnas.
Nadie, en décadas, llegó al poder con tanta legitimidad como López Obrador, ni cargaba con las esperanzas de tantos mexicanos en la posibilidad de un cambio drástico en el derrotero del país.
Dos años después de ese triunfo histórico y tras 19 meses de ejercer el poder, la esperanza sólo es sostenida por la fe de quienes consideran que basta la voluntad del oriundo de Macuspana para superar los enormes retos que sigue enfrentando el país y no han sido atendidos con eficacia hasta ahora.
Los números, fríos e insensibles, reflejan una realidad muy distinta al paraíso ofrecido a lo largo de tres campañas presidenciales y reiterado en cientos de conferencias de prensa ofrecidas desde Palacio Nacional.
La economía se encuentra en el peor momento de las últimas décadas, la violencia no solamente no ha disminuido sino que se ha incrementado, las desigualdades sociales siguen allí, intocadas, y solamente un indicador muestra signos constantes de crecimiento: la polarización.
López Obrador ha persistido, como Presidente, en la estrategia que le dio la victoria como candidato: atizar el sentimiento de animadversión entre ricos y pobres, “liberales” y “conservadores”, los integrantes del “pueblo bueno y sabio” y los “fifís rapaces”.
El problema es que esa estrategia, si bien es eficaz para conquistar votos -e incluso puede ser calificada de inteligente en ese proceso- es una pésima idea como brújula para gobernar y promover la alineación de esfuerzos en torno a los objetivos comunes de la nación.
López Obrador fue electo para gobernar cinco años y once meses. Aún le restan casi cuatro años y medio a su mandato. Es el momento de rectificar y dejar de comportarse como el líder de una facción para convertirse en el Presidente de todos los mexicanos.