En el mismo momento que se suspendieron todas las competencias deportivas, como las Olimpiadas en Tokio o los torneos profesionales de futbol, beisbol, basquetbol, automovilismo y todas las grandes competencias de la industria, se inauguró una nueva competencia mundial: la de aplanamiento de la curva.
Todos los gobernantes parecen haber entrado en la disputa por convencer a sus ciudadanos y al mundo, de que lo están haciendo mejor que otros, de que están tomando las mejores decisiones para manejar la pandemia y aplanar la curva de contagios de la peste moderna que es el coronavirus.
En esta competencia por el manejo de la pandemia surgen casos extremos como en Estados Unidos donde incluso se han politizado las medidas de sanitarias. Portar o no el cubrebocas se ha convertido en una cuestión partisana: una parte de los votantes a favor de Donald Trump se niegan a usarlo y a confinarse, mientras que quienes los usan militan en el bando demócrata.
Pero no sólo en Estado Unidos ocurre esta contienda. En México se ha presentado una batalla entre gobiernos locales y el Gobierno federal, y entre gobernadores estatales para tratar de mostrar que están aplicando mejores medidas en la contingencia sanitaria y por lo tanto, están conteniendo los contagios mejor que otros.
Un ejemplo claro de esta competencia es el caso del Gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro Ramírez, quien ha buscado desmarcarse de la estrategia nacional y capitalizar políticamente el diseño de mejores medidas durante la contingencia sanitaria.
Pero esta olimpiada por aplanar la curva es vulgar y absurda. Vulgar porque los puntos que se van acumulando son vidas humanas: ya sean número de contagios o fallecimientos. Y es absurda porque pretende hacer creer que un país, o incluso un Gobierno local, puede hacer mejor las cosas que su Gobierno federal y otros gobernadores del mismo país. Y de esta manera la competencia por aplanar la curva se convierte en una competencia por los reflectores, las encuestas y mayores tajadas de poder.
Es absurda esta contienda porque ningún Gobierno nacional puede por sí sólo, enfrentar las condiciones sistémicas que crean estas pandemias. Es absurdo que un político que gobierna en el 0.1 por ciento de la población mundial proclame que lo está haciendo mejor que otros gobiernos.
Es evidente y de sentido común que algunos gobiernos nacionales o locales hayan diseñado mejores políticas sanitarias para enfrentar la pandemia, y es necesario saberlo y reconocerlo para seguir enfrentándola de la mejor manera.
Pero en el contexto global esto es irrelevante porque la producción del coronavirus, de la COVID-19, no es un asunto de una nación, y menos de un mercado donde se comen animales exóticos. El virus COVID-19 es producto tanto de quienes comen murciélagos en el mercado de Wuhan, como por quienes acaparan tierras en la Ciénega del lago de Chapala para la siembra de monocultivos. O quienes en Nueva York o Madrid consumen alimentos que provienen de grandes extensiones de terrenos agrícolas ganados a los bosques tropicales en el Amazonas o
Ninguna de estas cuestiones se tocan o abordan por los gobernantes del mundo a la hora de decretar emergencias sanitarias, cuarentenas, y sumergirse en la competencia por aplanar la curva. Es evidente que esa es ahora la prioridad sanitaria, pero la mayoría de medidas de reactivación económica apuntan a volver a poner en marcha la misma maquinaria productiva y de consumo que nos ha metido en esta obscura cuarentena. Si no cuestionamos de raíz los fundamentos de la moderna sociedad capitalista entraremos, con seguridad, a una era de cuarentena indefinida.