RUTH TAMAYO
En entrevista, Eduardo Sánchez Hernández comparte su desgarradora travesía desde una infancia marcada por la violencia hasta las profundidades de la adicción y su eventual camino hacia la rehabilitación. Con una honestidad brutal, revela cómo el trauma de presenciar el asesinato de su padre a los 5 años lo sumió en un ciclo de odio, venganza y autodestrucción.
“Crecí con odio a los seres humanos, queriendo venganza, odiando a los seres humanos”, confiesa. Esta ira reprimida lo llevó a refugiarse en el alcohol y las drogas, buscando una fuga de su dolorosa realidad. “Todo el adicto, no solo el adicto, todo el ser humano, hombre o mujer, se fuga más de 100 veces”, reflexiona, describiendo la adicción no solo como una dependencia de sustancias, sino como una evasión constante de uno mismo.
El entrevistado describe la “vida ingobernable” como un estado de desorden y rebeldía, donde la falta de fe y la búsqueda de experiencias extremas lo llevaron a la autodestrucción. “Lejos de hacerle caso a mi mamá, mejor me iba con mis amigos”, admite, reconociendo la influencia negativa de su entorno.
La vida en la Ciudad de México en las décadas de los 80 y 85, marcada por la violencia y la supervivencia, exacerbó su adicción. “Drogado y alcoholizado se te hace más fácil. Sientes que eres más inteligente, eres fuerte, eres grande, pero son solo ideas y pensamientos”, explica.
Sin embargo, a pesar de la oscuridad, vislumbró la esperanza al observar la transformación de otros adictos en rehabilitación. “Me quedaba asombrado y anonadado”, recuerda, sin encontrar palabras para describir la magnitud de su cambio.
Esta historia revela cómo el trauma infantil, la falta de guía y la influencia negativa del entorno pueden llevar a la adicción y la autodestrucción. Pero también es un testimonio del poder de la rehabilitación y la capacidad de redención del ser humano.
La infancia de Eduardo estuvo marcada por el silencio y la humillación. “Me hacían bullying, me humillaban, me decían que porque era huérfano, que no tenía papá”, recuerda. Incapaz de expresar su dolor, se volvió mudo. “Mi mamá me pegaba siete veces al día, queriendo que yo llorara, pero no podía llorar”, confiesa.
Esta represión emocional lo llevó a explotar violentamente. “El esquizofrénico, el que no te dice nada, ese es el peligroso”, advierte. Sus estallidos de ira lo llevaron a ser expulsado de varias escuelas primarias, donde el bullying era constante.
El silencio de Eduardo comenzó a romperse cuando su madre, analfabeta, decidió aprender a leer y escribir para poder firmar sus boletas escolares. “Fue tan inteligente mi mamá que se metió en la nocturna”, relata con admiración. Este acto de amor y superación personal fue un punto de inflexión en su vida.
“Cuando veo ese impacto de que mi mamá ya agarró y escribió, escribe letra de pegadita… le dije, ‘Gracias, mami’”, recuerda con emoción. A partir de ese momento, comenzó a hablar y a integrarse más en la sociedad.
La adolescencia de Eduardo estuvo marcada por la inseguridad y el miedo. “Tenía miedo de decirle a alguien que fuera mi novia”, confiesa. Estas emociones reprimidas lo llevaron a refugiarse aún más en las drogas y el alcohol.
Sin embargo, a los 30 años, encontró la ayuda que necesitaba en Alcohólicos Anónimos. “Me di cuenta de que no era yo el culpable en el grupo”, afirma. A través del programa, aprendió a perdonarse a sí mismo y a los demás, y a enfrentar sus miedos y traumas.
Uno de los momentos más conmovedores de la entrevista es cuando Eduardo describe cómo perdonó a su madre, fallecida años atrás. “Me dijo que fuera a su tumba y hablara con ella”, relata. Siguiendo el consejo de su padrino, expresó todo el dolor y el resentimiento que había guardado durante años.
“Cuando terminé, me sentí de otra manera. Libre”, afirma. Este acto de perdón fue un paso crucial en su proceso de recuperación y le permitió liberarse del odio y el rencor que lo habían atormentado durante toda su vida.
Hoy, Eduardo dedica su vida a ayudar a otros adictos a encontrar el camino hacia la recuperación. “La gente no pregunta”, lamenta, refiriéndose a la importancia de buscar ayuda y compartir las experiencias.
Su historia es un testimonio del poder del perdón, la resiliencia y la capacidad de transformación del ser humano. “Si llegas a salir de ahí, es un milagro”, afirma. Pero, como él mismo demuestra, los milagros son posibles cuando se busca la ayuda adecuada y se tiene la voluntad de cambiar.