Jorge Luis Reyes López
Las tradiciones no siempre son endémicas. La lotería mexicana tiene su origen en Italia. Este juego tal como lo conocemos ahora, fue traído de Europa por el francés Clemente Jaques. México la naturalizó. El caso de la tradición del día de todos los santos que se celebra el primero de noviembre y el dos del mismo mes, es un sincretismo entre un pasado prehispánico y las creencias de la religión católica.
Durante los días que Serapio presenció el juego de la lotería en Agua de Correa, advirtió los preparativos para celebrar una tradición, dentro de otra. Los juegos de la lotería de los días viernes y domingos fueron cancelados. ¿La razón?. Los pobladores tienen su propia fiesta el viernes primero y el sábado dos. Un ritual que en nada se parece al de los finados. Es un festejo vital, muy local, y cuyo origen no puede precisarlo Lapo. El entusiasmo popular por la danza del Cortés, contagia a niños, adolescentes, Jóvenes y adultos. El abuelo, claramente reconoce la importancia de Pule Guido. Lo mismo pasa con Félix Nogueda, quien a la muerte del primero continuó la costumbre. Lo correspondiente hizo Edgar, hijo de Félix, cuando este faltó. Actualmente los hijos de Edgar, Adrián y Abraham, tratan de hacer bailar a la yegua como antaño. La danza del cortés está vigente, porque mujeres y varones la han hecho suya, es el resultado de un esfuerzo colectivo. Desde el jueves treinta y uno de octubre Serapio estuvo atento a los preparativos. Mujeres arreglando jarritos de barro a los que ataban listones de colores, de suficiente largura para traerlos colgados al cuello; Juanito Vargas y sus primos Nogueda labrando las máscaras que portará la yegua; El Popeye Nogueda, atareado en conseguir suficientes cuchillas, para que los danzantes interesados las puedan adquirir; en un local de la extinta herrería Hnos. Nogueda, Xóchitl Mosqueda acicala a la Malinche, un caballero vestido con una larga falda con flores amarillas estampadas, una blusa blanca donde se dibujan dos prominentes senos. En la cabeza reposa una peluca lacia que le llega a los hombros. Xóchitl tiene toda la atención en modelar un rostro dulce, capaz de embaucar a los danzantes que atrapará, para ponerlos de hinojo a los pies de la yegua.
En su tarea, la malinche no está dispuesta a otorgar dispensas a los mirones, damas o varones, jóvenes o no tanto, habitantes locales o turistas desbalagados. ¡Nadie está seguro mientras la Malinche se contonee alrededor de la yegua!. Serás la Malinche más chula dice Xóchitl, Y Octavio Reyes responde con un pujido; Azucena Valdeolivar encabeza a los tamborileros, que con una mano sostienen botes de lata, mientras con la otra atrapan baquetas improvisadas con las que aporrearan hasta el éxtasis; la familia Maganda Ruiz, afanada en resolver los detalles que les permita cumplir con la comida que ofrecen a los danzantes cada año. En tanto, el colectivo avanza organizadamente en sus tareas, los danzantes de diversas edades, se ocupan en tener a punto su vestuario. Parecen vaqueros urbanos. Son los danzantes de una danza que no discrimina. Una danza que se abre a la adrenalina de cualquiera.
El viernes temprano empieza el movimiento. Bailadores y organizadores acordaron hora y lugar para reunirse. Definieron la ruta. Por la mañana harán un paseíllo en las calles del centro de Agua de Correa. Después reposarán. Por la tarde pretenden llevar la fiesta al centro de Zihuatanejo y a su zona turística. Por este año ese propósito quedará pendiente. El guateque se realizará en un corto tramo de una sola calle, desde la plaza de la libertad de expresión hasta la zona de los bancos financieros. Todo el recorrido será acompañado por un vehículo equipado con sonido que ambientará la danza. Para el sábado una banda de viento animará la caminata. En la plaza de Agua de Correa, lugar donde culminará la fiesta, ya los estarán esperando una muchedumbre ansiosa y entusiasmada, mientras arriba del quiosco estará un conjunto musical y un equipo de sonido ¡todo listo!.
Las luces iluminan la explanada, la misma explanada donde se juega la lotería. Los puestos de antojitos en sus sitios. Las familias se acomodan en la orilla del rectángulo. Aparecen los primeros gabanes con franjas de colores, niños y adultos los llevan al hombro. Ya se oye a lo lejos, no tan lejos, el eco de los acordes del Novillo Despuntado, la melodía que la banda de viento interpreta mientras se dirige a su destino final. Ya no hay espacio para sentarse en los muros de las jardineras, ni en las bancas fijas. Un ir y venir de gente que poco a poco empieza a cubrir la plaza. El sonido musical cada vez se escucha más cerca. Serapio puede ver la ansiedad colectiva. Empieza la búsqueda para encontrar un buen lugar que le permita mirar sin interferencia. Aparece un hombre caminando a prisa y en círculos, arrastrando la cuchilla en el suelo y diciendo ¡Abran campo, abran campo!. La petición resultó contraproducente. Los mirones se apiñan estrechando el círculo que el hombre de la cuchilla había señalado. ¡Ahí les voy, hijos de pa’lla y pa’ca!, gritó la Malinche, repartiendo fajos, de tajo y revés. ¡Ábranse o los abro!. Los curiosos reculan para evitar el pajuelaso que generosa y democráticamente reparte la Malinche. Área despejada. A tiempo justo para que los danzantes rompan plaza, seguidos de un arroyo humano, enmarcados en las notas musicales, de la banda que interpreta música del folklor mexicano. El júbilo popular estalla. La plaza está desbordada.
Toda la orilla del círculo está copada por los danzantes. El ambiente está lleno de ansiedad contenida, que súbitamente empieza a desahogarse, cuando aparece la cabeza de la yegua, y a cada paso que da el danzante por el pasillo que lleva al círculo, el júbilo popular crece. Consciente o no de los sentimientos que provoca, la yegua se contonea. Se para, y por encima de su hombro gira la cabeza, barriendo a los asistentes, mostrando un rostro inmutable. Repara y arranca bailando, al centro del círculo, revoloteando el machete de palo. ¡Fue demasiado! La gente explota en una algarabía de gritos y aullidos, mientras los tamborileros aporrean frenéticamente los botes de lata, y en un aquelarre dancístico, los danzantes saltan con gabán en mano, toreando a la yegua, mientras azotan los gabanes en el suelo arrastrando las cuchillas, para aumentar la provocación. Una explosión de gritos diciendo: ¡Jálalos, jálalos!. ¡Bote, bote!, vociferan otros, reclamando el ruido de los tamborileros. La yegua está en el éxtasis total. Se sabe todopoderoso. ¡Ningún danzante puede amenazarlo, ni responder los fajos, menos aún tocarlo! ¡La yegua es intocable señores!. Parsimoniosamente gira el inexpresivo rostro, buscando iniciar la danza. Loca la Malinche, mientras tanto, baila desaforadamente, y se revuelca en el piso, mientras gritos y carcajadas del público la acompañan en su despropósito. Un fajo de la yegua y la Malinche sale berreando, buscando victimas para desquitar su furia. Pronto logra su cometido, y pone frente a la yegua al primero de tantos danzantes, que se las verán con la habilidad y prudencia de la yegua. Voluntarios del público también probarán los dolores y ardores de un fajo bien aplanado. La euforia prendió a todos. La yegua carcovea, mientras amenaza tirar por la derecha, al danzante que mueve la cuchilla a dos manos, tratando de adivinar la dirección del golpe.
Está sudando. A cada amague corresponde una reacción de un corazón acelerado. El hombre acorralado mira fijamente la máscara de la yegua, buscando penetrar por las rendijas de los ojos, y poder descubrir las intenciones finales de cada golpe. ¡Bote, bote! Ruge la multitud. El sonido ensordecedor de las latas sube escandalosamente. La muchedumbre revienta el ambiente gritando ¡Jálalo, jálalo!. La suerte del danzante está sellada. El gentío pide a la yegua que le dé de fajos. Tirado en el suelo apuñando gabán y cuchilla, el hombre acosado por el público y la yegua, tendrá que batirse con toda su inteligencia y habilidad, para evitar ser masacrado. Ese es el momento sublime de la danza del Cortés. Un espectáculo heroico, pero estético; vigoroso, pero noble; doloroso, pero estimulante. El frenesí del griterío, de los botes, y de los movimientos defensivos del danzante, exige de la yegua un control mayúsculo de todas sus emociones. Un mal golpe, cosa que ha sucedido, podría lastimar al defensor. La yegua tiene presente que cabeza y rostro deben ser intocables.
Serapio se aleja del centro del alborozo popular. Se retira feliz, diciendo para sus adentros ¡Nos veremos el próximo año!.