Llegaron los coches bomba
Raymundo Riva Palacio
Ahora, una nueva modalidad de ataque criminal quiere
anidarse como estrategia de terror: los coches bomba. Tras el culiacanazo, el empoderamiento del
Cártel de Sinaloa ante la laxitud del gobierno federal en el combate al crimen
organizado, provocó que organizaciones delincuenciales en otras latitudes
decidieran seguir el ejemplo para el sometimiento de las autoridades mediante
la vía del miedo. La primera en modificar y ampliar su modus operandi ha sido
el Cártel de Santa Rosa de Lima, que opera en El Bajío y controla el robo de
combustible.
Después del culiacanazo,
los servicios de información del gobierno federal interceptaron una llamada de José Luis Yépez, El Marro, el elusivo jefe del Cártel de
Santa Rosa de Lima, donde hablaba de planear una nueva forma de defensa de las
autoridades, mediante acciones ofensivas, donde los coches bomba eran parte
importante de la nueva estrategia. Poco después, un coche bomba explotó en
Irapuato, zona de influencia de esa organización criminal.
El miércoles pasado, en una colonia residencial
de esa ciudad guanajuatense, un grupo de hombres armados dejaron estacionada
una camioneta Honda con varias cargas de explosivos que estalló en la
madrugada, sin causar víctimas pero dañando al menos una treintena de casas. La
Fiscalía General del Estado informó que la explosión en el auto fue porque le
aventaron dos granadas, y no porque fuera un coche bomba. Desde un principio,
las autoridades de Guanajuato han dicho que fueron granadas, aunque los
primeros reportes de la Guardia Nacional mencionaron “coche bomba”.
Las fotografías de la camioneta Honda donde se
dio la explosión no dejan duda: no fueron granadas. La destrucción de poco más
de la mitad de la camioneta no fue producto de ese tipo de proyectil. Las
explosiones con granadas, si se revisan incidentes con ese tipo de arma, no
provocan la destrucción total de amplias partes del vehículo, y sólo lo dañan
en su interior. Las fotografías del Honda muestra cómo la parte trasera del
vehículo, así como el techo, perdieron su forma, y la carrocería se redujo a
fierros abiertos en racimo, doblados caprichosamente.
Si se comparan las fotografías de la camioneta
en Irapuato con coches bombas del Estado Islámico, se ven las similitudes. Aún
si la potencia del explosivo es diferente, se puede apreciar que los coches
bombas destruyen completamente una parte importante del vehículo, dejando el
resto con muchos menores afectaciones. Las granadas, aún causando grandes efectos,
no hacen de las carrocerías reguiletes de fierro.
Los coches bomba son utilizados en muchas
partes del mundo como vehículos suicidas, al convertirse en un arma muy
versátil y poderosa contra objetivos específicos. En Colombia y ahora en
México, no han servido esos propósitos sino para aterrorizar y enviar mensajes
a gobiernos y enemigos. La activación de bombas dentro de un vehículo requiere
de manos expertas, no sólo para su armado sino para el tipo de daño que quiere
hacerse. Si uno revisa las imágenes de coches bomba suicidas, las cargas de
explosivos se colocan sobre los costados, para maximizar el daño al objetivo.
Si uno ve el Honda en Irapuato, la carga explosiva se colocó de una forma para
que la energía saliera despedida por el techo, donde la fuerza se iría desvaneciendo
en el aire, minimizando el daño indiscriminado que podría haber causado
víctimas. En cualquier caso, los coches bomba son considerados como armas de
guerra.
No se ha informado sobre los peritajes del
explosivo en el vehículo en Irapuato, que permita tener más información. Sin
embargo, dada la forma como lo ha manejado la Fiscalía de Guanajuato y el
silencio de las autoridades federales, todo indica que quieren dejar que pase
como granadas en Irapuato. Está bien en función de no alterar más a una
sociedad bastante nerviosa por el resurgimiento poderoso de los cárteles de la
droga este año, pero al mismo tiempo, la falta de información no sensibilizará
a la sociedad sobre la gravedad de la escalada en la calidad de la violencia de
las organizaciones criminales. La política de la avestruz no funciona en estos
casos, como sucedió durante los primeros ocho meses del gobierno del presidente
Enrique Peña Nieto.
La utilización de coches bomba en México no es
inédito, pero nunca ha sido un método regular. El 8 de enero de 1994, en apoyo
al alzamiento del EZLN días antes, el Procup, que dos años después nació como
EPR, estalló un coche bomba en el estacionamiento de Plaza Universidad, cuyo
impacto alcanzó a tiendas en el segundo piso del centro comercial. En junio de
ese año explotó un Gran Marquis en las afueras del Hotel Camino Real de
Guadalajara, donde se celebraba una boda de familias relacionadas con Rafael
Caro Quintero, ex jefe del Cártel de Guadalajara.
En julio de 2008 en Culiacán, hubo una
explosión de un auto y se encontraron varios vehículos con cilindros de gas
butano y detonadores. El entonces procurador general, Eduardo Medina Mora, negó
que fueran coches bomba. Durante 2010 y 2011 los años en los cuales comenzó a
invertirse el poderío de los cárteles y empezaron –en mayo de 2011- a reducirse
los índices delictivos, hubo vehículos que estallaron en varias ciudades del
norte del país, pero no fueron clasificados como coches bomba.
Nunca en México se ha utilizado ese tipo de
método como parte de la estrategia de los cárteles de la droga, pero la llamada
interceptada a Yépez señala que este recurso eficaz –el costo es bajo, las posibilidades
de detención a quienes dejan el vehículo en el objetivo es casi nula, y el
impacto de terror es grande-, ha llegado por la puerta de atrás de la nula
estrategia contra el crimen organizado.
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