(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
El gobernador celebró ayer el primer semestre de su gobierno
en que la violencia disminuyó hasta 30 por ciento. Y vaya que sí es una noticia
para celebrar, porque aunque las muertes siguen y cada vida debe ser motivo de
duelo, el hecho de que se tengan menos homicidios dolosos es una buena noticia.
Y como dice el comercial, las buenas noticias, también son noticias.
Coincido, sin embargo, en aquellos que reconocen que no hay
motivos para echar las campanas al vuelo, porque en esto de la pacificación de
Guerrero resta un largo y tortuoso camino, porque hay que reconocer que no se
trata solo de reducir los homicidios dolosos, porque aunque es el delito de
mayor impacto social y político, no es lo único que hay que combatir.
A contra pelo, mientras bajan los homicidios, aumenta algo
quizás más terrible, como la desaparición de menores y mujeres, el feminicidio,
así como otros delitos comunes, como los asaltos en la vía pública, asaltos a
comercios, asaltos en carreteras, robo de vehículos, etcétera.
Esto se entiende porque al combatir a los delincuentes de
arriba, los delincuentes de abajo se vuelcan contra la población civil, en la
búsqueda de recursos a los que quedaron acostumbrados.
Por ejemplo, aunque ayer se anunció la detención de Zenén
Nava Sánchez, líder de Los Rojos en la zona de Chilapa, cartel que mantiene una
cerrada disputa por los territorios de la montaña baja y la zona centro, con el
cartel de Los Ardillos de los hermanos Ortega, habría que esperar a ver qué
sucederá con las bases del cartel.
Porque está harto demostrado que detener a las cabecillas de
los grupos no es la solución a la violencia, sino todo lo contrario. Mientras
esté el líder con ellos, el cartel se mantiene unido. Una vez que se le detiene
o muere, entonces abajo todo se convulsiona y los diversos grupos internos
comienzan a disputarse el liderazgo, matándose entre sí, y convirtiendo en un
infierno los sitios donde operan.
Esto es lo que en realidad ha sucedido en México desde que
Felipe Calderón sacó al Ejército a las calles, a combatir a los cárteles, para
quedar bien con George Bush y con Obama, a cambio de dinero mediante la
iniciativa Mérida.
México se dedicó a encarcelar a los capos, pero les dejó
intacto su imperio económico, así como tampoco quebró sus redes nacionales e
internacionales. Los muertos comenzaron a cubrir el país, los grupos se
multiplicaron y se tornaron cada vez más violentos, y Estados Unidos retomó el
control del mercado del narcotráfico, así como halló en nuestro país un filón
para la venta de armas, incluso mediante un operativo oficial denominado Rápido
y Furioso.
Tan sólo por ese operativo subrepticio, México debió romper
el pacto de combatir al narco con Estados Unidos, así como desmantelar la iniciativa
Mérida –que no sólo incluía financiamiento, sino también permiso para que los
grupos de inteligencia estadounidenses operaran dentro de nuestro país.
Pero no se hizo, se continuó con la simulación, y la
historia se prolongó hasta nuestros días, hasta hacer de México una nación
pobre, ensangrentada y sumida en una pobreza extrema que no cede.
Antes nos conformábamos con decir que éramos pobres, pero
felices. Éramos un país de tercermundista, pero comíamos tortilla y frijoles en
paz.
Hoy, el alimento escasea a causa de la crisis económica; y,
lo que es peor, lo hacemos en medio de un temor e incertidumbre crecientes.
El golpe a uno de los grupos delincuenciales más violentos
del estado y del país, es un acierto para el gobierno estatal, sobre todo porque
eso impacta en la capital del estado, así como en la Sierra, pues Los Rojos se
metieron a esa región con el mote de Los Jefes, haciendo de la zona un
infierno.
Para Astudillo, es vital que Guerrero recobre cierto nivel
de paz. Su gobierno está en la recta final y están por definirse las
candidaturas para sucederlo en el cargo. Sus logros y fracasos, forzosamente,
impactarán para bien o para mal en el PRI.