Las culpas de Ebrard
Raymundo Riva Palacio
La polémica sobre la petición de disculpas al rey Felipe
VI parecía haber pasado a un segundo plano en la opinión pública, lo que era
bueno para que los gobiernos de México y España trabajaran, como quedaron
Beatriz Gutiérrez Müller, la esposa del presidente Andrés Manuel López Obrador,
y la ministra de Justicia española, Dolores Delgado, cuando se reunieron en
enero. Las dos habían tenido un encontronazo en ese
acercamiento, donde la señora Gutiérrez Müller le anticipó que vendría el
exhorto y que irían preparando un catálogo de crímenes españoles durante la
Conquista para ser discutido. Aquello se dio durante la visita de trabajo del
presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, que no terminó bien. En la
despedida, tras las difíciles conversaciones, la señora Gutiérrez Müller se le
acercó a su esposo y algo le dijo al oído. Entonces, López Obrador reiteró a
Sánchez que la petición de disculpas, era algo que no soltarían.
Gutiérrez Müller y Delgado establecieron una relación
intensa a través de WhatsApp, que topó con baches cuando se filtró la carta que
envió López Obrador al monarca español. Sánchez, dijo que no habría disculpas, pero
lamentó sobre todo la filtración. Este es el gran tema. Tan importante, que Sánchez
volvió a referirse a ello en una entrevista publicada el jueves en El
Universal. En respuesta, López Obrador dijo: “Yo no di a conocer la carta.
Fue una filtración. No se si fue el gobierno español o la sustrajeron de
Relaciones Exteriores. Hay las dos posibilidades, pero sí se equivocaron”.
Esta es la cuarta versión del presidente sobre la
filtración. Primero fue, tras la respuesta del gobierno español que lamentaban
la difusión de la carta, cuando López Obrador dijo que sido en España. Al día
siguiente reconoció que había sido una filtración de su propio gobierno. Al
siguiente, señaló que se trataba de espionaje. Iba de mal en peor. La carta no
salió de España, como asegura, porque como él mismo dijo, era un borrador que
no estaba firmado. Adjudicar al espionaje, sería un escándalo, pero muchas
cosas que dice el presidente pasan desapercibidas ante la creciente imprecisión
y trivialización de su palabra.
Esta última versión anulaba la posibilidad de una
filtración dentro de su gobierno, lo cual volvió a corregir la semana pasada
cuando regresó a que una indiscreción de la cancillería hubiera sido la fuente
de origen. El impacto que tuvo la filtración, y que alteró
y entorpeció la negociación que habían iniciado Gutiérrez Müller y Delgado, ha
sido abordado en este espacio como lo más importante de todo ese diferendo
diplomático, en donde quedaba la duda de quién había sido el o la responsable
de esa traición—por el daño causado al presidente, en imagen -el semanario
británico The Economist lo critica en su edición actual llamándolo un
“historiador amateur”-, y en la reducción de los espacios que tenía para poder
ir negociando con la Corona española la tercera disculpa -la primera fue en el
Siglo XIX y la segunda afínales del XX-.
La filtración ha sido manejada con mucha especulación por
parte de López Obrador pero, a la vez, con gran hermetismo ante la opinión
pública. Sin embargo, funcionarios mexicanos dijeron que en Palacio Nacional
tienen identificada una persona como la responsable de haber filtrado extractos
de la carta al diario madrileño El País, que dio la primicia. Esa
persona es el secretario de Relaciones Exteriores, Macerlo Ebrard.
Colaboradores cercanos a Ebrard afirman que es absolutamente falso y que se
trata de rumores con el único propósito de dañarlo.
Ebrard acompañó a la señora Gutiérrez Müller a la reunión
con la ministro Delgado en enero, y estuvo al tanto de todos los señalamientos
y del anuncio que iban a enviar una carta al rey. La cancillería no ha negado
ni desmentido que esa reunión se dio o que Ebrard participó en ella, pero en la
prensa se ha sugerido en varias columnas la inocencia del canciller, incluso, subrayando
que desconocía la carta. En los círculos de la casa presidencial, el sentir
contra el canciller es negativo, adjudicando de manera subjetiva, pero concreta
en cuanto a las relaciones de poder palaciegas, su enemistad con la esposa del
presidente.
El canciller no la lleva bien con la familia. Entre
quienes operan políticamente, consideran a Ebrard como un traidor, mientras que
la señora Gutiérrez Müller y su entorno, tienen un problema de empatía con él
que vienen arrastrando. Lo más evidente, dentro de los muros de Palacio, es el
choque que tiene con Martha Bárcena, la embajadora de México ante la Casa
Blanca, y tía política de la esposa del presidente, a quien Ebrard considera
una imposición. Para neutralizarla, el secretario planeó abrir una oficina en
Washington, encabezada por la hermana de Javier López Casarín, un empresario
muy cercano a Ebrard, a quien le encarga asuntos delicados en la cancillería.
Por esto, Bárcena, una diplomática muy respetada en el Servicio Exterior, lo confrontó
en diciembre, y le dijo que la representante de México ante el gobierno de
Estados Unidos era ella. Ebrard negó que hubiera una oficina y, hasta donde se
sabe, canceló los planes.
No ha sido un arranque de gobierno terso para Ebrard,
aunque parezca lo contrario, y ahora enfrenta las imputaciones de filtrador.
¿Fue él? El significado político de fondo es el choque en los corrillos
palaciegos, donde Ebrard está en desventaja y no tiene posibilidades de ganar.
El desgaste tenido en las últimas semanas es grande, así como su imagen pública
como un político sofisticado. Los señalamientos que le hacen son
fuertes—enormes en este momento, cuando menos, para sus aspiraciones
presidenciales.
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