(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
La marabunta de migrantes cubanos y centroamericanos, la más
grande de todas las caravanas que se hayan registrado en América, es una
preocupación para los ciudadanos de este país, pero sobre todo para el gobierno
de los Estados Unidos, al grado de que el presidente Donald Trump incluso ya
amenazó con bloquear a México por la vía económica si no detiene a los
migrantes.
Los migrantes no vienen juntos, sino que viajan en grupos
pequeños, de mil a dos mil personas, y se componen de hombres, mujeres y niños.
Ya se sabía de la organización de esta caravana desde
inicios del mes de marzo. Incluso el gobierno de México anunció que se estaba
organizando lo que sería conocido como “la caravana madre” de migrantes
centroamericanos, que inicialmente buscarían llegar a los Estados Unidos por
territorio mexicano.
Al paso de los días se comenzaron a dispersar las noticias
por las redes, del avance de los grupos, uno de los cuales llegó este fin de
semana al sur de Chiapas.
La semana pasada, ante el avance de cubanos y
centroamericanos rumbo a la frontera sur de México, el presidente Andrés Manuel
López Obrador tuvo que dar su postura al respecto, sobre todo por las amenazas
de Donald Trump, a quien no le ha querido contestar directamente, sino que sólo
ha afirmado que cada país tiene sus políticas y leyes, y que deben ser
respetadas.
Pero Trump no se traga este cuento, y para eso es que tiene
al gobierno de México al sur de su frontera, la más larga y porosa del mundo,
para que le sostenga a raya a los migrantes centroamericanos.
De no hacerlo, dijo Donald, cerraría la frontera con México
y también cerraría las fuentes de recursos. La amenaza no fue velada, fue
clara. Estados Unidos quiere que México le sirva de policía migratoria porque
sencillamente no quiere lidiar con su realidad como imperio, que por consumir
los recursos de los países periféricos, en estos hay una terrible pobreza que
no se solucionará cambiando presidentes –como pretenden hacerlo en Venezuela-,
sino modificando sus políticas económicas globales.
Para los mexicanos, sin embargo, la nueva caravana es una
verdadera preocupación, por todo lo que implica. Todos los países que son ruta
o destino de migrantes, saben de lo que estamos hablando, porque la experiencia
dicta que las migraciones masivas son incluso provocadas por poderes fácticos
–en este caso terroristas, tratantes de personas y narcotraficantes. Es decir,
que en medio de familias que están huyendo de la extrema pobreza de Honduras y
países vecinos, viene camuflada gente que no viene con buenas intenciones.
Estados Unidos tiene razón en pedir que México actúe, porque
de todos modos dependemos de ellos, y cuando al país vecino le da un catarrito,
a nuestro país le da una neumonía.
Nada de lo que pudiera sucederle a Estados Unidos en materia
de terrorismo nos es ajeno, sobre todo porque millones de mexicanos están en el
vecino país, algunos de manera legal, otros ilegalmente.
¿Pero qué dijo el presidente López Obrador con relación a la
caravana? Pues, nada, que aquí habría suficientes puestos de empleos para
recibirlos, y puso de ejemplo la obra del Tren Maya, donde se necesitará la
fuerza de más de 300 mil obreros. El mandatario dijo que no serían expulsados,
pero únicamente ofreció que todo se hiciera de manera ordenada y con respeto al
Estado de Derecho. ¿De veras? Éramos muchos y parió la abuela.
Cierto que no será la primera vez que México reciba
migrantes en calidad de refugiados, pues nuestro país siempre se ha distinguido
por ser una nación de refugio para todo tipo de perseguidos políticos. Desde
los españoles que migraron cuando la dictadura de Francisco Franco, los judíos,
así como la gente de Sudamérica que llegó escapando de la Operación Cóndor,
fraguada por las fuerzas militares de Chile, Argentina, Brasil, Paraguay,
Uruguay, Bolivia y esporádicamente, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela
–obviamente con el apoyo de los Estados Unidos-, en lo que fue la decena
trágica de un Terrorismo de Estado, dirigido desde Washington por Henry Kissinger.
Pero una cosa es que lleguen personas que vienen huyendo de
la persecución de sus gobiernos, pero que tienen alguna formación profesional,
y otra que lleguen a este país miles de familias que vienen huyendo del hambre
provocada precisamente por los regímenes que Estados Unidos ha ayudado a
sostener, porque así conviene a sus intereses. Tal es el caso, que como en
Venezuela no le conviene que exista un gobierno “no alineado”, entonces el gran
imperio le está dando total apoyo al opositor Guaidó, para derrocar a Nicolás
Maduro. Pero nada tiene que ver con la democracia, sino que están de por medio,
ya decíamos, los yacimientos de petróleo más grandes de América, así como vetas
de diamantes que son la delicia de cualquier gobierno cuya economía se alimenta
de las guerras, del narcotráfico y, en general, de todo lo ilegal.
El reto de los migrantes no es cualquier cosa. Es un arma de
doble filo que AMLO debe manejar con mucha cautela. De pronto, su gobierno
queda en medio del sándwich.