(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
El 4 de marzo de 1946 nacería del Partido Revolucionario
Institucional (PRI), como continuidad del Partido Nacional Revolucionario (PNR)
que se creó en 1929, tras la gesta sangrienta gesta de la Revolución Mexicana.
Así se dio por terminada la dictadura de 30 años del
liberalista Porfirio Díaz, para dar paso a una dictadura de partido que apenas
hace unos 30 años comenzó a resquebrajarse, merced a los excesos de la clase
política y al duro cacicazgo que llegó a crearse, en todos los niveles.
A sus 90 años, el PNR-PRI ha transitado por todos los
estadíos ideológicos. De hecho, nunca tuvo una ideología definida o dura, más
bien fue blando y maleable, y eso le permitió ir adaptándose a todos los
cambios. Esto gracias a que tenía un esquema corporativo, en el que estaban
agregados todos los sectores productivos, laborales, empresariales, que eran
bases de apoyo para la estructura formal, y con quien compartían el poder.
En 1992, por ejemplo, lo que se antojaba era una de las
cosas más duras de mover por el activismo campesino, Carlos Salina de Gortari
pudo reformar el Artículo 27 Constitucional, para dar por concluido el reparto
agrario. Y con el argumento de darle certeza a la tenencia de la tierra, se
creó una comisión para el caso, la CORETT, así como se extendieron escrituras
agrarias, en lugar de los certificados agrarios de antaño, que solamente le
daban a un ejidatario la calidad como tal, pero que no especificaba qué tierra
poseía. Con el registro del Procede (Programa de Certificación de Derechos
Ejidales), se le dio a las familias campesinas plena garantía de la propiedad
de sus parcelas, terminando con interminables juicios agrarios.
Pero, obviamente, esta reforma iba encaminada a
desincorporar grandes cantidades de tierras ejidales, pues la calidad del ejido
como tierra inembargable e imprescriptibles, se relajó y entonces ya podían
venderse. Posteriormente se aceptaría la inversión extranjera en el país,
incluso en zonas ejidales, y recientemente se permitió la adquisición de
tierras en la franja marítima y en las franjas fronterizas.
No se puede concebir a México sin el PRI. Somos resultado de
la cultura priísta, pues el PRI no era un partido, era un sistema de gobierno,
que involucraba a todos, desde las organizaciones juveniles, estudiantiles,
sindicales, campesinas, etcétera.
Había unos cuantos disidentes haciendo ruido, pero a estos
se les mandó a callar a sangre y fuego, en lo que fue la Guerra Sucia, y
posteriormente, ya con los opositores metidos a políticos y aglutinados en
partidos de izquierda, se tramaron asesinatos que hasta la fecha no se han
resuelto.
Es cierto que el PRI llega a sus 90 años herido de muerte.
Pero los priístas saben que nada es definitivo en la historia, y que si cuidan
las formas volverán a renacer. De hecho, el partido dio una dura batalla
durante 40 años –desde que en 1989 se levantó la primera gubernatura panista,
en Baja California, con Ernesto Ruffo Appel- para evitar su caída. Para
mantenerlo tuvo que pactar con el PAN y transigir con el PRD, hasta que
finalmente perdió el poder nacional en el año 2000, pero lo volvió a recuperar
en 2012.
Los que decían que en 1994, tras la muerte de Colosio el PRI
moriría, pues no. Ese año ganó la presidencia con Ernesto Zedillo y fue hasta
el año 2000 que se consolidó el cambio –que no transición-, con el panista
Vicente Fox, algo que dicen que en realidad ya estaba pactado con Carlos
Salinas de Gortari desde 1988, cuando le ayudaron a sacudirse a la oposición
cardenista.
Los números no le favorecen por ahora al tricolor, pero los
priístas de cúpula saben que esto ayuda. La crisis les permitirá purgar a los
malos elementos, a los impresentables, y resurgir como una nueva organización.
Así sucedió con el PRD Guerrero, donde la crisis política que le provocó Morena
permitió deshacerse de liderazgos ya muy cuestionados, como el de David Jiménez
Rumbo, y quitarse de encima a gente como Sebastián de la Rosa Peláez, quien hoy
insiste en que formará desde la CODUC un nuevo partido político.
Finalmente, decíamos que el PRI está hecho de un material
bastante maleable. Sus liderazgos se mueven por disciplina total, y el que se
mueve, no sale en la foto (Fidel Velázquez dixit). Lo que decidan, no será
difícil que lo logren, porque desde la cúpula hacia abajo, todo es orden y
obediencia.
La disidencia está arriba, con gente como Ulises Ruiz, los
Murat y la ex gobernadora de Yucatán, pero son una minoría. Imposible, por
ejemplo, que el diputado guerrerense René Juárez Cisneros, o el senador Manuel
Añorve Baños jueguen en ese bando, sobre todo porque ahora cualquier purga les
favorece.
Hay PRI para rato. El partido está anciano y hasta enfermo,
pero muy lejos de la tumba.