SOS COSTA GRANDE

 (Misael Tamayo Hernández, in memóriam)

Inmersos en la tragedia de Tlahuelilpan, que ayer sumaba 100 muertos, quizá ha pasado desapercibido para nosotros los mexicanos que estamos al borde de un conflicto armado en el continente americano, que indudablemente repercutirá en todos los países del hemisferio occidental, sobre todo en Latinoamérica.

De hecho, la posición de México frente al conflicto interno de Venezuela comienza a arrancar críticas, tanto dentro como fuera del país, y sobre todo de los mismos venezolanos, quienes tienen años pidiendo por la intervención externa para aliviar lo que ellos consideran es una dictadura que comenzó con Hugo Chávez y continuó con Nicolás Maduro, quien hace unas semanas se hizo reelegir en el cargo, desatando una reacción en cadena internacional.

Primero, el Grupo de Lima (organismo que se fundó en 2017 en la capital de Perú, para tratar la crisis venezolana), desconoció el triunfo de Maduro. Y el pasado miércoles el presidente del Congreso de ese país, Juan Guaidó, se declaró como presidente “encargado” de la nación, mientras se convoca a nuevos comicios.

Esto era lo que esperaban países como Estados Unidos y Canadá, que de hecho, tienen años imponiendo y recrudeciendo un bloqueo económico y comercial en contra de Venezuela desde la época de Chávez, por considerar que es un país no alineado con su política exterior, acusándolo de violación a los derechos humanos y de conculcar los principios de la democracia, algo que el país vecino se ha negado a declarar contra México, pese a las masacres, al latrocinio institucional y a la corrupción política imperante.

El bloqueo comercial exterior provocó, en parte, una tremenda crisis política, económica y de derechos humanos en Venezuela, al grado de que la gente vive en hambruna, mientras que otros han decidido salir a los países vecinos.

La solución es la salida de Maduro, pero éste se resiste a dejar el cargo, y está acusando a Donald Trump de fraguar un golpe de Estado. Lo que es cierto, es que desde el año pasado Trump pidió a las Naciones Unidas permiso para intervenir en Venezuela, y hacer lo que hicieron en diciembre de 1989 con el presidente de Panamá, el General Manuel Antonio Noriega, a quien acusaron por narcotráfico, pero para disfrazar un conflicto por el control del canal interoceánico de ese país, dado que estaban por vencer los acuerdos que le daban a Estados Unidos la facultad de operar el canal a su antojo, sin que eso se refleje en la economía panameña, que sigue siendo una de las más pobres de América Latina.

En cuanto Guaidó se proclamó presidente “encargado”, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, lo reconoció como tal y ofreció todo el apoyo de su gobierno para sostener la oposición contra Maduro.

Lo mismo hicieron los países miembros del Grupo Lima (GL), con excepción de México, pues si bien este país se integró al organismo en 2017 -que entre otras cosas exige la liberación de los presos políticos, elecciones libres, ofrece ayuda humanitaria y critica la ruptura del orden institucional en el país sudamericano-, con la llegada de AMLO al poder el reciente documento para desconocer el triunfo de Maduro y aislarlo aún más, a fin de obligarlo a firmar una salida negociada a la crisis, ya no lo firmó nuestro país.

Y esto, en lugar de colocar a México en un plano neutral, partiendo de la política de “no intervención” que había distinguido a nuestro país antes del año 2000, como pretende el presidente Andrés Manuel López Obrador, lo está exponiendo a todo tipo de críticas, al grado de que los venezolanos opositores están catalogando a AMLO como a Maduro y advierten que dentro de poco estaremos igual que ellos.

Y es que aunque con Enrique Peña Nieto México trabajó para convencer a otros países de que abandonaran el apoyo al gobierno de Nicolás Maduro, a su llegada el 1 de diciembre pasado, López Obrador retomó la política exterior de no intervención (conocida como “Doctrina Estrada”), y de hecho invitó a Maduro a su toma de protesta, si bien hicieron maniobras para que éste llegara tarde a la ceremonia y se fuera antes alegando compromisos inaplazables, de modo que no asistió a la comida en Palacio Nacional y no se cruzó con otros mandatarios, mucho menos con la hija de Donald Trump y el secretario de Estado del gobierno estadounidense.

Hoy, mientras todos los países del GL desconocen a Maduro como presidente de Venezuela, México lo reconoce como tal.

Washington ya sabía que el triunfo de AMLO en México limitaría su estrategia para cercar a Maduro. Y México no necesariamente apoya a Maduro, pero tampoco pondrá presión sobre él, ni denunciará los abusos y violaciones de los derechos humanos de su régimen. Entonces, esto da oxígeno a Maduro, que en su toma de posesión para un nuevo mandato gritó “¡Viva México!”

Lo bueno de todo es que cuando la crisis se agrave, México será el único país capaz de mediar entre las fuerzas políticas venezolanas, por su neutralidad. Bueno, esperemos que así sea, y que no prosperen las críticas de panistas y priístas, que acusan a AMLO de ser padrino de Maduro.

También esperemos que Washington le dé la lectura correcta a la posición del gobierno de AMLO, y no la tome contra nosotros.

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